CAPÍTULO 7
Eran más de las tres de la tarde cuando Ana llevaba su café recién hecho entre sus manos para calentarlas. Lo puso sobre su escritorio, al lado del monitor de su ordenador. Tenía el pelo revuelto y el pijama aun puesto. No había salido en toda la mañana, por lo que no le había hecho falta arreglarse. Llevaba desde temprano trabajando frente a la pantalla, sin ningún resultado. Aquel día su compañera de piso no se había conectado desde su portátil; no había señal alguna de ello. Abrió la página de redding, una red social de internet, donde cada persona ponía sus datos, fueran reales o ficticios, su foto, de idénticas características y podían tener contacto con todos los demás usuarios registrados, ya fuera a través de mensajes privados o chat. Abrió la sesión con el nombre de la usuaria que había inventado, Sara García. Tenía doce años y estaba estudiando en el instituto. En su perfil aparecía una foto de una chica joven, con el pelo rubio y liso, muy mona. Utilizaba aquellos datos para poder pillar a posibles pederastas, aunque aquel no fuera realmente su caso. No era por lo que realmente estaba allí, pero odiaba a aquellas personas que buscaban tener relaciones con chicas y chicos menores de edad. Aquello le parecía asqueroso. Ya había conseguido coger a unos cuantos individuos pertenecientes, al parecer, a una organización que se dedicaba a ello. Había seguido su investigación hasta aquel hombre al que seguía ahora, muy probablemente el cabecilla de aquella red de pederastia. Zack no estaba conectado ahora. En su perfil ponía que tenía quince años y aparecía la foto de un chico bastante guapo. El rastro que había seguido, gracias a sus compinches, no le dejaba lugar a dudas, aquel chico no se llamaba Zack, y mucho menos tenía quince años.
Cogió su taza. A veces aquel trabajo era harto aburrido. Le dio un sorbo al café. Un sonido salió de los altavoces de su ordenador, como un “boing” gracioso. Sabía lo que era, Zack le había escrito. Miró a la pantalla y, efectivamente, estaba conectado y le hablaba.
- Cuánto tiempo sin saber de ti, Sarita.
“Lo mismo digo” pensó Ana. Hacía días que no se conectaba. Era la única forma que tenía ahora mismo de saber algo de él, ya que siempre se conectaba de sitios distintos, por lo que nunca había podido dar con él.
- Es que he estado ocupada.
- Bueno, siempre es agradable volver a verte por aquí. Aunque ya sabes lo que me gustaría verte en persona.
Cada vez que hablaban le recordaba las ganas que tenía de verla en persona.
- Sí, sí. A mi también me gusta mucho hablar contigo. Y yo también creo que podríamos quedar ya, para conocernos, ¿no?
No quería parecer desesperada, no quería que se diera cuenta de nada, que le pareciera que realmente estaba quedando con Sara, y poder así cogerlo desprevenido. Pero algún día tenía que ser el que fuera a por él. Y qué mejor día que aquel, que no sabía nada de Claudia, y parecía que tampoco iba a dar señales de vida. Al menos nada de lo que a ella le interesaba.
- Podríamos quedar esta noche, si te parece bien.
La cosa iba demasiado rápido. Aquel día no se había levantado con la intención de acabar con aquella red de pederastia. Las cosas había que hacerlas bien. Pero cuanto antes acabara con aquella organización, antes acabaría con aquel peligro para la sociedad.
- Ummm...Esta noche. Vale. No tengo nada que hacer hoy.
- ¡Perfecto! Podemos vernos en el parque que hay cerca de tu casa.
Le había engañado también sobre donde vivía. Así que sabía a qué parque se refería. Era el lugar perfecto para él. Allí no había casi nadie de noche, salvo alguna persona que estuviera paseando al perro, el cual no querría meterse en líos y, si veía algo raro, miraría hacia otro lado.
- ¡De acuerdo! Allí nos vemos a eso de las...¿nueve?
Escuchó la puerta de la entrada. Claudia acababa de llegar. Y al parecer, tenía compañía. Escuchaba la voz de un chico.
- Oye tengo que dejarte, mi madre me llama.
- Vale guapísima. Esta noche nos veremos por fin. Qué ganas tengo de conocerte y darte todos los besos que hasta ahora te he tenido que dar por chat.
Qué mono se ponía el chico.
- Hasta luego.
Abrió la puerta y se dirigió al salón. Allí, sentado en el sofá, había un chico que se incorporó nada más verla, se notaba que no la esperaba.
- Ho..Hola. Claudia no me había dicho que habría alguien en el piso. Acaba de entrar en la cocina.
Aquel chico era muy guapo, sus ojos marrones la miraban muy abiertos por la sorpresa.
- No te preocupes, yo soy Ana, su compañera de piso. Y la verdad es que ahora tendría que estar en clase, pero no he ido, tenía muchas cosas que hacer. - le respondió con una sonrisa.
Pareció relajarse un poco y volvió a recostarse.
- Yo soy Fernando. Amigo de Claudia. Me ha invitado aquí a comer para intentar animarme un poco. Hoy ha sido un día muy duro.
- ¿Sí? ¿Qué ha pasado? - no quería ser indiscreta, pero tenía que saber si aquello era relevante para su investigación.
- Me han echado de la universidad...¡Y por algo que no he hecho! Me han acusado de entrar en el sistema informático de la universidad y robar no sé qué dinero.
Aquello sí que le interesaba. Seguro que Claudia estaba detrás de aquello. Pero, ¿cómo lo había conseguido? Ana trabajaba para un servicio secreto de la policía, dedicado a los delitos informáticos. Desde el inicio del curso académico le habían mandado investigar el caso de Claudia, para ver si era capaz de pillarla al fin. Llevaban ya tiempo detrás de aquella genio de la informática. Estaban seguros de que estaba detrás de más de uno de los delitos sin resolver que andaban por comisaría, pero no podían demostrar su culpabilidad. Por eso a Ana la habían matriculado en la universidad y le habían conseguido aquel piso, en el que entraría a vivir con Claudia. Así podría vigilarla de cerca. Se levantaba a la misma hora que ella, pasaba la mayor parte del día controlando las conexiones que realizaba Claudia desde su portátil y se acostaba cuando ella lo hacía, para no perderse el más mínimo de sus movimientos. Pero aun no había habido nada extraño. Hasta aquello. Pero tenía que haber sido desde otro ordenador. No desde el suyo propio.
En ese momento apareció Claudia, que también puso cara de sorpresa al verla allí.
- Hola Ana, pensaba que estarías en clase.
- Bueno, es que hoy me encuentro un poco mal, y me he quedado aquí. De todas formas tengo trabajos que hacer, y apuntes que poner al día.
- Bueno, iba a hacer de comer para nosotros dos. ¿Hago para ti también?
- No, no, yo comeré después, no te preocupes.
- ¡Pero si son casi las cuatro de la tarde! No sé para qué te pregunto. Haré de comer para los tres.
Su negación le había salido un poco débil. Y a esta última réplica no puso impedimento. Realmente se alegraba de poder comer con ellos. Claudia sabía cocinar muy bien. Y además, así podría descubrir algo más.
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