viernes, 7 de enero de 2011

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

Fernando se dirigía a la cafetería de la facultad. Había sido una mañana dura de clases y tenía ganas de un café cargado. Después de haberse mojado aquella mañana y con el día que hacía, tenía ganas de tomarse algo caliente. Llevaba todavía el pelo húmedo y sentía frío. Sería simplemente el cansancio. Aquella mañana había madrugado mucho, tenía mucho que hacer.
Entró por la puerta y le llegó un aire cargado de dentro. La cafetería estaba llena, como todos los días. Parecía que los estudiantes se levantaban por la mañana pensando sólo en tomar café. Algunos jugaban a las cartas, otros charlaban. Otros repasaban sus apuntes, aparentemente para un examen próximo. Y allí estaba ella, tenía un té entre las manos, para calentárselas. La cabeza agachada, soplando a la taza para enfriar su contenido no le dejaba ver su cara, pero sabía que era ella. No tenía más que mirar su pelo oscuro para reconocerla entre un millar de personas.
- ¿Está ocupada? - dijo, señalando la silla que tenía a su lado. Estaba incluso más guapa que cuando la había visto aquella mañana.
- No, no, no. Puedes sentarte, si quieres. - respondió nerviosa. Parecía muy tímida, pero esto le daba aun más encanto.
Desde la primera vez que la vio, sabía que tenía que conseguir algo con ella. Y, para un día que se atrevía a lanzarse, no iba a echarse atrás.
- Si quieres podemos ir fuera, aquí hay demasiada gente. - y, nada más decirlo, se arrepintió. Quería lanzarse, pero no demasiado, no quería perderla a la primera oportunidad.
Nunca lo había mirado, parecía que ni siquiera se daba cuenta de que existía. Llevaba todo el curso viéndola, y no sabía nada de ella. La había visto por primera vez hacía mucho, y desde entonces, casi cada mañana, la veía. Fuera en el autobús, o en la facultad, por los pasillos, hablando con alguna amiga, o en la cafetería. Pero aquella mañana se había levantado con el pensamiento de que de aquel día no pasaba. Lo intentaría. Pasase lo que pasase. Pero pensó que lo había estropeado todo con aquella proposición. Mas, contra todo pronóstico, respondió:
- Sí, vamos fuera. - dijo, cogiendo su bolso.
Se sintió tonto preguntándose algo así en un momento como ese, pero se sorprendió de que las mujeres pudiesen llevar llenos bolsos tan grandes. Él sólo llevaba en sus bolsillos la cartera, las llaves y el móvil. En la mochila sólo llevaba folios para los apuntes, un par de bolígrafos y su libro de lectura. Así que no sabía cómo podían cargar con tantas cosas, ni para qué.
Ella se levantó, se dirigió hacia la puerta y salió. Él la siguió. Fuera hacía frío, pero eso ahora ya no importaba; al menos había parado de llover. Se dirigieron a un banco en el rellano que había frente a la puerta principal de la facultad. Se sentaron. El vaho salía mientras respiraban, y ambos rieron.
- Hace frío, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza mientras sacaba unos guantes de lana de los bolsillos de su chaqueta y se los ponía. Tras esto empezó a calentarse los dedos echando su aliento caliente sobre ellos.
- No me has dicho cómo te llamas. - dijo con su mejor sonrisa, mientras admiraba la chica que tenía a su lado, aprovechando que ella tenía la mirada fija en sus manos.
- Me llamo Claudia. - dijo, y sonrió. La cosa no iba tan mal al fin y al cabo.
- Yo me llamo Fernando.
Y, mirando cómo ella seguía con el vano intento de calentarse las manos, pensó en volver a aventurarse. Después de todo, aquella mañana se lo había propuesto, y después de lo que ya había avanzado, no iba a amilanarse. Acercó sus manos a las de ella, y las metió entre las suyas. Para su sorpresa, ella no se apartó, ni soltó las manos, simplemente alzó la cabeza. Lo miró con aquellos grandes y bonitos ojos, parecía incluso agradecida por el gesto.
- Tienes las manos calientes. - dijo ella, no sin que se le notasen las dos mejillas empezando a sonrojarse.
- Será por lo nervioso que estoy por tener una chica tan guapa al lado. - Después de esto, esperaba que le dijera que se había pasado, y que se levantara y se fuera, aunque, tras todo lo que ya había visto, no sabía lo que pensar.
Ella levantó la comisura de los labios, y comenzó a reír. Qué guapa la veía riendo. Vio su cara sonrojada, quizás por el frío, tal vez por timidez. Se acercó, y la besó. Fue un beso rápido, pero, por una fracción de segundo, sus labios se rozaron. Pudo sentir por un momento el cálido aliento que salía de su boca.

Allí sentados, en el banco de la facultad, enfrente de la puerta principal, él la había besado. Al menos eso pensaba ella, ya que había sido tan rápido que casi no se había dado cuenta. Un suave estremecimiento le recorrió la espalda. De repente, le había estimulado cada uno de los cinco sentidos. Había avivado una llama. Sabía que hablaba, lo vio mover los labios y sonreírle, pero no lo escuchaba. Sólo podía pensar en aquel beso. Aquellos carnosos labios se habían juntado con los suyos. Los había saboreado por un instante, muy corto, pero intenso. Se vio otra vez recordando lo que hacía un momento había ocurrido. Ella reía, más de nerviosismo que por otro motivo. Él tenía sus manos cogidas, calentándolas. Y, acercándose un poco más, la había besado. Casi instantáneamente, toda su timidez y vergüenza parecieron pasar a un segundo plano. Y ahora fue ella la que se acercó a él, sus caras cada vez más próximas, y lo volvió a besar. Esta vez se prolongó más que la anterior. Él alargó los brazos y la abrazó. Podía sentir sus músculos contra su cuerpo, a pesar de toda la ropa que llevaba. Y la acercó a él. Ella no impuso ningún impedimento. Sintió cómo el vello se le erizaba. Lo que sentía por dentro era casi como un impulso eléctrico. Sus piernas le temblaron por un instante. Su cuerpo entero pareció disolverse en aquel beso. Ya no tenía frío; al contrario, ahora sentía una cálida sensación que recorría su cuerpo, desde su boca hasta la punta de los dedos de los pies. Sus cuerpos se acercaron aun más, podía sentir el pecho de él contra el suyo, el acelerado pulso de su corazón.
Allí, en el banco, se encontraban besándose. Por fin había ocurrido, después de casi un año pensando que ni siquiera había reparado en que ella estaba allí. Después de tanto tiempo esperando ese momento. Allí sentados, con los cuerpos tan cerca, sintiendo su calor, su abrazo, sus labios. Entre pensamientos y sueños empezó a imaginárselo en la cama. Ya una vez que lo había besado, ese pensamiento ya no le parecía tan lejano. Abrazándose entre las sábanas, besándose bajo la manta, mientras sus cuerpos se unían en uno solo. Podía sentir los músculos de sus fuertes brazos y piernas rodeándola. Moviéndose ambos al unísono, sonriéndose, convirtiendo aquel instante en algo único, algo que sólo ellos dos sabrían y compartirían. Algo tan íntimo y personal entre ellos dos, allí, en la cama, que le parecería casi imposible después de todo aquel curso viéndolo en el autobús. Deseándolo.
Entonces se levantó.
- ¿Qué pasa? - preguntó él, con una voz tan dulce que la llamaba a volver a su lado.
- Lo siento, es que tengo que volver a clase, no puedo faltar.
- Bueno...Volveremos a vernos, ¿no? - preguntó él, con aire dudoso.
- Claro, claro que sí. Por eso no te preocupes. Nos volveremos a ver. - dijo, y le expuso su mejor sonrisa, antes de despedirse, coger su bolso y salir corriendo.

Desde luego, nunca entendería a las mujeres. Hacía sólo unos segundos que estaban allí sentados, tan a gusto, al menos eso pensaba él. La había besado, en un beso fugaz, inseguro de cuál sería su respuesta. Pero al instante, ella se había vuelto a acercar y esta vez había sido ella la que lo había besado. Entonces, él si le gustaba, creía. ¿No le habría gustado el beso? ¿Habría recordado que tenía novio? No, él nunca lo había visto con ningún chico, al menos con los que la había visto hablando no parecían tener ningún tipo de relación más íntima con ella.
Cogió su mochila, se levantó, y se dispuso a ir a casa. No se sentía con fuerzas para seguir estrujando el cerebro. De todas formas, a pesar de aquella tan brusca reacción por parte de ella, aquel momento le había encantado. Se rozó los labios con los dedos y sonrió.

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