CAPÍTULO 4
Carlos estaba sentado frente a su portátil. El brillo de la pantalla se reflejaba en los cristales de sus gafas. Su cara de satisfacción lo decía todo. Al menos aquellas horas de trabajo y aquel sueño perdido habían dado sus frutos. Había encontrado el ordenador desde el que se había realizado la conexión. Se trataba de uno de los ordenadores del aula de informática de la biblioteca. Había tardado tanto en encontrarlo porque su enemigo (siempre consideraba como sus enemigos a los que cometían actos como aquel y le pedían a él que lo buscara) había ocultado la MAC, la dirección física del ordenador, para que no se supiera cuál estaba usando. Había sido una muy buena jugada, pero él era más inteligente. Lo habían subestimado. Tras saber desde dónde se había conectado el susodicho, había entrado en el sistema informático de la facultad, para buscar el registro de todas y cada una de las personas que se conectaban desde aquellos ordenadores. Aquello había sido lo más fácil de su tarea. Y, tan fácil como eso, encontró la línea con la fecha, la hora, y el ordenador que él estaba buscando. Allí estaba él, con nombre y apellidos. Al final, había pasado tantas horas frente al ordenador que no sabía si sentir regocijo o no. Debería estar saltando de alegría, celebrándolo, pues una vez más había conseguido lo que el grupo de seguridad informática de la universidad no sería capaz de conseguir en mucho tiempo, de no ser por su ayuda. Pero no. Sobre todo se sentía cansado.
Cogió el móvil que tenía a un lado del portátil, sobre la mesa, y marcó un número. Al segundo tono, descolgaron. Era Alfredo, y parecía malhumorado, quizá le habría interrumpido el almuerzo. Normalmente no le gustaba que lo molestaran, y menos si estaba comiendo, o sumido en alguno de sus trabajos. Pero el motivo de la llamada merecía cualquier interrupción.
- Dime, Carlos.
- ¿Te interrumpo en algo?
- Sí, bueno, estaba comiendo, pero no importa. Dime.
- Ya lo tengo.
- ¡Pues haber empezado por ahí! - su exclamación sonó tan fuerte en el teléfono que tuvo que apartarse un poco el auricular de la oreja. - ¿nos vemos ahora en mi despacho?
- De acuerdo, allí nos vemos.
Colgó. Pulsó el botón de apagado de su ordenador. Esperó hasta que la pantalla estuviese negra, y lo cerró. Se levantó y fue por los pasillos de la facultad, camino del despacho de Alfredo. Aquellos pasillos estrechos y fríos. Era una facultad antigua, así que cada uno de sus rincones parecía salido de una película de terror. Se imaginó andando de noche por allí, solo. Cualquiera podía esconderse tras la puerta de algún aula, en alguna esquina, esperando su llegada. Sus pasos podían oírse por todo el edificio, así que aquel ser estaría preparado a su llegada. Tendría incluso tiempo de saborear cada instante antes de saltar sobre él, cada paso, cada segundo del reloj. Sintió un escalofrío con aquel pensamiento.
Cruzó la esquina que daba al despacho de Alfredo, y allí estaba, esperándolo en la puerta. Estaba eufórico. Lo vio llegar y le sonrió, asiéndole la mano y palmoteándole el hombro en señal de felicitación.
- Como siempre, has conseguido lo que nosotros no podemos. Vamos dentro, me cuentas los detalles, y ponemos fin a esto de una vez por todas.
Entraron en el despacho. Alfredo giró en torno a la mesa y se sentó en la silla. Carlos también tomó asiento frente a este, con su portátil en las manos.
- Bueno, cuéntame. - dijo Alfredo. Se había cruzado de piernas y giraba en la silla mientras jugaba con los bolígrafos que tenía en el lapicero, parecía un niño.
- Pues, esta mañana, he conseguido descifrar desde qué ordenador se había realizado la conexión. Se trataba de uno de los ordenadores de la biblioteca. De los de uso público.
- ¡Uno de los ordenadores de la biblioteca! Habría ocultado la dirección para que no pudiéramos seguirle la pista, ¿no?
- Sí. De hecho, por eso he tardado tanto en encontrarlo.
- Bueno, pero al final, has conseguido dar con la pista, como siempre. Y te doy mi más sincera enhorabuena por ello.
- Gracias. - nunca le había gustado que lo felicitaran por algo que hacía. Y menos si había tardado tanto en conseguirlo como aquella vez. No se sentía satisfecho consigo mismo. Ni lo haría hasta no ver castigado a aquel, su enemigo, el que le había planteado tantos quebraderos de cabeza.
- Bueno, pues dime entonces quién es. De quién se trata. - dijo Alfredo con expectación en la mirada.
- Se llama Fernando, es un chico de tercero de carrera. Tú le diste clase el año pasado. Lo he visto en tu lista de alumnos.
- Ahora mismo no caigo. Pero bueno, conociéndote, ahí tendrás su teléfono y todos sus datos, ¿verdad? - dijo con una sonrisa de satisfacción. Realmente, aquel chico era bueno.
- Sí, aquí tengo su móvil.
- ¿Y a qué esperamos? ¡Vamos a acabar con esto de una vez por todas! Ese chico debe recibir lo que se merece. Dime su número, voy a llamarlo.
Carlos sacó un papel de un bolsillo, y se lo pasó a Alfredo. Ahora se sentía un poco más contento. Seguramente, Alfredo lo llamaría a su despacho, y, mientras llegaba, haría una llamada a la policía, informando de lo que allí había ocurrido. Lo denunciaría. Y así, aquel tal Fernando recibiría lo que se merecía. Pagaría por tanto daño que había hecho, tanto a la universidad como a él mismo. Por aquellas largas noches sin dormir, aquellas horas tras su pista.
Fernando se dirigía a la parada del autobús, cuando empezó a sonar su móvil. Lo sacó del bolsillo. Era un número desconocido para él, aunque sabía que era de la universidad, pues tenía su extensión. Atónito, y algo asustado, pulsó el botón que aceptaba la llamada, y posó el teléfono en su oído.
- ¿Fernando? - sonó una voz ronca.
- Sí, soy yo, dígame.
- Soy Alfredo, tu profesor del año pasado. ¿Podrías pasar por mi despacho? Hay un tema del que me gustaría hablar contigo.
Fernando se sorprendió. Sabía perfectamente de qué profesor se trataba. Era un poco raro. Siempre llegaba a clase, daba su lección, y se iba. Nunca lo había visto siendo cordial con ningún alumno. Y en los exámenes, era peor, siempre los ponía muy difíciles. Y, para colmo, se portaba muy mal en las correcciones. Parecía que disfrutaba haciéndolo pasar mal a los alumnos, que disfrutara suspendiéndolos. Pero él había aprobado. No había sacado muy buena nota, pero sí la suficiente para aprobar. ¿Lo llamaría por algo relacionado con la asignatura?
- Sí, sí, voy para allá.
Notó como una perla de sudor frío le bajaba por la mano. Tenía las manos heladas. Guardó el móvil, y fue de nuevo hacia la facultad.
Iba andando hacia la entrada principal cuando alguien le tocó el hombro. No tenía ganas de más sobresaltos aquel día, al menos no hasta que saliese del despacho de Alfredo. Se volvió, y era ella. Una sensación de alivio le recorrió todo el cuerpo. Olvidó incluso hacia dónde iba. Ya el tema por el que le habría llamado Alfredo lo tenía sin cuidado, no le preocupaba, pues allí estaba ella.
- Siento haberme ido antes así, tan de repente. ¿Dónde vas ahora?
- Me ha llamado un profesor para que vaya a su despacho, no sé lo que querrá.
- Bueno, pues si me dejas, te acompaño.
Aquellas palabras lo llenaron de alegría. Le ayudaría a llevar el peso de lo que fuese, por muy malo que fuera lo que iba a contarle Alfredo, si aquella sonrisa lo acompañaba, no sería para tanto.
- Claro que te dejo. - dijo, y hasta en aquel momento, por ella le salió una sonrisa.
- Pues vamos.
Una oleada de aire cálido les llegó cuando abrieron las puertas. Entraron.
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