domingo, 23 de enero de 2011

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 11

- Hola Claudia. - qué bien que le hubiese dado su nick de redding, así podrían hablar por internet cada vez que quisieran.
- ¡Hola Fernando!¡Pensé que ya te habías olvidado de mi!
- ¿Cómo iba a olvidarme de ti?...
A ambos le salió una sonrisita cómplice frente a la pantalla del ordenador, aunque el otro no lo estuviera viendo, pero ambos, de alguna manera, lo sabían.
- Hace días que no te veo. - exageró, pues se habían visto el día anterior.
- Es que pasó una cosa que no te he contado. Increíble.
- ¿Qué ha pasado?No sé si puedo asimilar tanta información en dos días.
- ¿Tanta información?
- Nada, nada. ¿Qué es lo que te ha pasado?
- El profesor de ayer me atropelló.
- ¿Alfredo?
- El mismo.
- ¿Y cómo estás?
- Bien, bien, sólo que tengo una pierna escayolada y tengo que estar en casa durante un mes. Así que nada, a aburrirse.
- Puff...Bueno, podía haber sido peor. ¿Y cuándo fue el accidente? - ¿se había tratado realmente de un accidente?Dudó mientras decía aquellas palabras.
- Ayer, cuando salí de tu piso.
- Vaya mala pata, nunca mejor dicho. - ambos rieron. Mejor tomárselo así.
Aquella era la gota que faltaba para colmar el vaso. Aquel profesor no le gustaba nada desde el principio, y ahora, menos.
- Entonces, ¿tienes que estar un mes en cama? - Claudia no quería decirle directamente las ganas que tenía de verlo, así que lo iba a intentar indirectamente.
- Un mes entero. Y, ¿sabes qué?
- Dime.
- Tengo ganas de ti.
A Claudia notó cómo sus mejillas cambiaban de color y se le dibujaba una sonrisa. Menos mal que él no podía verla, si no sentiría aun más vergüenza. Entonces él también tenía ganas de verla, besarla, abrazarla, y todo lo que ella deseaba en aquel momento. Sólo que él se había atrevido a decirlo. Para qué ocultarlo más.
- Yo también tengo muchas ganas de ti.
De repente, se acordó del tema de la beca, la expulsión de Fernando de la universidad, y la invadió un sentimiento de culpabilidad.
- Aunque, la próxima vez que nos veamos quiero contarte algo.
- ¿De qué se trata?
- Mejor lo hablamos en persona, ¿vale?
- Me estás preocupando.
- No, no, no tienes de qué preocuparte. - mintió para dar término a aquel bucle.
- Bueno. Pero, ¿cuándo podremos vernos, entonces?
- ¿No tienes que estar un mes en reposo?
- Sí, pero no podría estar un mes entero sin verte. - aquel chico se la tenía ganada – Había pensado que podrías venir a mi casa.
- Vale, vale, ¿cuándo puedo ir?
- Cuando quieras, no pienso moverme del sitio. - ambos rieron.
Mejor ir a verlo a su casa y pasar un poco de vergüenza que estar un mes entero sin verlo.
- ¿Y tus padres no dirán nada?
- Sí, dirán que vaya amiga más guapa me he echado. - a Claudia volvieron a salirle dos redondeles rosados en sendas mejillas, y su bella sonrisa surcando su cara.

En la habitación contigua, Ana miraba su correo en la pantalla del ordenador. Como siempre, correos basura de publicidad y más publicidad, mezclados con algunos virus, timos, “adelgaza 10 kilos en una semana”, “has ganado 10000 euros”, “tu ip ha sido elegida para este magnífico viaje”. Nada importante. Nada interesante. La noche anterior se lo había contado todo a Claudia. Al fin y al cabo, se había convertido en su amiga, ambas habían sabido ganarse la confianza de la otra y se lo contaban todo, o casi. Ahora sí lo sabían todo la una de la otra, al menos Claudia sí lo sabía todo de ella. Para qué estaba allí, a qué se dedicaba. Después de todo aquel año conviviendo, y lo que había pasado la noche anterior, hicieron que se decidiera a contárselo. Claudia no se lo había tomado mal. Más bien, todo lo contrario, se puso feliz de que tuviese el valor de contárselo. Pero había algo más que ella no sabía. Claudia le había contado algo que lo había cambiado todo. Ahora su objetivo allí había cambiado. Le había dado la vuelta a la tortilla, y su objetivo ahora era otro. En ese momento, un mensaje en la pantalla del ordenador.
- Hola Sarita.
¿Zack? ¿Pero no lo habían pillado la noche anterior? Se había dormido tan tranquila pensando que ya lo tenían, y, sin embargo, allí estaba.
- Hola Zack.
- Te divertiste anoche, ¿no?
- ¿Cómo que si me divertí anoche?
- Se lo que hiciste. Me has estado engañando mucho tiempo, y ahora lo pagarás.
- Tú también me estuviste engañando, a mi y a otras tantas. - No le quedaba más remedio que desvelar su verdadera identidad, aunque, al parecer, él ya lo sabía todo.
- Sólo puedo decirte que tengas cuidado a partir de ahora.
- No te atrevas a amenazarme. - este último mensaje suyo no le llegó, las letras aparecieron en gris apagado. Zack ya había desconectado.
Entonces no sólo aquel tal Zack no era el que se había presentado la noche anterior, si no que además, ahora sabía quién era, y le había amenazado. ¿Qué sería capaz de hacer aquel pervertido? Podía pedir protección a la policía. No, entonces tendría que irse de allí, y no quería dejar a Claudia. Quizás también la conociera a ella. ¿Estaría también su amiga en peligro? Sin ella quererlo, y con la mala actuación que había tenido en aquel caso, había metido a Claudia también en aquel lío. Y todo por no haber pedido ayuda, por no haber pedido que la escoltaran. De todas formas, aquel tal Zack, al parecer, había estado por allí y las había visto. Seguirían en problemas. De pronto, se le ocurrió. Podía pedir ayuda. Alguien que sabía mucho de ordenadores. Alguien que sabía tener en suspense a los mismísimos servicios especiales de la policía en delitos informáticos. Además, ella ya lo sabía todo. Y, quisiera o no, ya estaba metida en el ajo. Le pediría ayuda a su amiga Claudia.

Claudia y Fernando ya se habían despedido y ella se disponía a apagar el ordenador. Miró su bandeja de correo electrónico por última vez. No tendría nada, ya lo había revisado minutos antes, limpiándolo de correos basura. Se equivocaba. Tenía uno. Seguro que era publicidad, pensó Claudia. Se equivocaba. “Hola Clau. Llevo todo este año viendo que te conectas desde mi universidad. Pero no me he atrevido a escribirte antes. Espero que todo te vaya genial. Muchos besitos pequeñaja”. Reaparición del desparecido. ¿Qué querría ahora, después de tanto tiempo sin dar siquiera señales de vida?

miércoles, 19 de enero de 2011

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

María estaba sentada en uno de los bancos que había en los pasillos de su facultad. Se encontraba frente a la puerta donde tenía la siguiente hora de clase, con Alfredo. Su hermano Fernando había sido atropellado por aquel profesor, aparentemente por accidente. Por suerte a su hermano sólo le habían tenido que escayolar una pierna, y le habían recomendado reposo absoluto durante un mes. Así que allí estaba, en casa tumbado en la cama, jugando a la consola o viendo la tele, leyendo algún libro o estudiando, pues no quería perder el curso por aquello. Pero a María aquel profesor no le gustaba nada. Iba con su cara de bueno, haciéndose el víctima, pero lo que realmente ella creía es que era un lobo con piel de cordero. Había algo en aquella mirada que no terminaba de gustarle.
Vio como sus compañeros de clase empezaban a entrar en el aula, riendo, contando sus hazañas, vitoreando. Parecían borregos sin personalidad, mandados al matadero. Todos juntos, hacían lo que se les decía y no se salían de las normas. Ella era distinta. Le gustaba pensar que era la oveja negra. Llevaba el pelo rubio y liso que le caía sobre los hombros. El flequillo le tapaba el ojo derecho, y al menos el que se veía lo llevaba pintado de negro. Iba entera vestida de ese color, le encantaba. Una chaqueta encima de un jersey a franjas horizontales blancas y negras, un guante roto por los dedos, a juego con su jersey y unos pantalones de cuero muy ceñidos. De constitución más bien enjuta, mas nunca pasaba desapercibida allá donde iba.
Se colgó su bolso al hombro, cogió su carpeta llena de pegatinas de calaveras y crucifijos y entró en clase. Se sentó donde lo hacía siempre, en la parte alta de las filas de banca, que estaban dispuestas como en los teatros, para una mejor acústica. Los alumnos seguían charlando, contándose sus historias, hasta que Alfredo entró por la puerta, y poco a poco los ánimos se fueron calmando hasta llegar al silencio casi absoluto. María sacó sus folios, dispuesta a coger algún apunte de la clase.
Alfredo entró con una cara dolida, como si en realidad estuviera mal por lo que había pasado, pero ella no lo creía. Normalmente iba bien vestido, conjuntado y arreglado. Pero ese día se notaba que se había puesto lo primero que había encontrado. La ropa arrugada, la camisa por fuera. Saludó a la clase y empezó a explicar el tema que le tocaba aquel día. María no lo escuchaba. Sólo podía acordarse de cómo había visto a su hermano, de lo que le había contado del atropello, pues ella seguía diciendo que no había sido un accidente, por mucha lluvia que cayera. Tenía que descubrir el motivo que había tenido el profesor para hacer lo que hizo, y también quería encontrar alguna forma de hacérselas pagar.
Entonces llamaron a la puerta. La clase se interrumpió.
- ¿Sí?
Entró un chico con el pelo muy corto, casi a rape, moreno. Tenía los rasgos toscos, pero a ella le parecía muy atractivo. Abrió la puerta rápido, y llegó hasta Alfredo. Parecía tener malas noticias, pues llevaba cara de preocupación, que le fue transmitiendo a Alfredo conforme le comunicaba lo que tenía que comunicarle al oído.
- Lo siento, pero tengo que dejar la clase aquí. Debo marcharme. Recuperaremos esta hora otro día.
Cogió su maleta y se fue en compañía del muchacho.
Todos los alumnos empezaron a hablar, desconcertados. Nadie sabía lo que le habría pasado, pero se alegraban de tener una hora de descanso en el día que más clases tenían.
María recogió sus cosas. Iría a su casa a ver a su hermano, para ver cómo se encontraba, y contarle lo que había pasado. Salió de la facultad, se montó en su moto, se puso el casco y arrancó.

Alfredo andaba rápido, seguido por Pedro. No podía creer lo que este le había dicho. ¿Qué estaba pasando últimamente? Todo el mundo parecía estar en su contra. No podía permitir que se descubriese todo. Primero lo había visto todo en peligro por aquel tema del robo de aquel chico, y ahora aquello. Llegaron a la sala de control. Allí estaban Pilar y Juan, sus otros dos ayudantes para mantener la seguridad en la red universitaria. Lo miraron cuando entró por la puerta, ellos también tenían cara de preocupación. Se sentó en el asiento que había libre y entró en el ordenador con su cuenta, tenía que verlo con sus propios ojos. No sólo habían entrado en la red de la universidad. Lo que más le sorprendió es que habían entrado para hacer un ingreso en la cuenta. Y no sólo eso, el ingreso lo habían hecho desde su propia cuenta. ¡Le habían quitado dinero para ingresarlo en la cuenta de la universidad! Qué jugada más tonta, pues reclamaría aquel dinero y se lo devolverían. Pero eso no era lo importante. ¿Quién era aquel que jugaba con ellos como quería? ¿Había vuelto a ser Fernando? No creía que se atreviera a hacer aquello, a jugársela de nuevo.
- ¿Tenéis idea de quién ha podido ser?
- Tenemos la IP desde la que se conectaron para hacer la jugarreta.
- ¿Y bien? ¿Sabéis quién ha sido?
- Eso es lo más extraño, y lo que estamos estudiando ahora mismo. La conexión se realizó desde tu casa.

lunes, 17 de enero de 2011

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 9

Fernando ya había salido del piso. Habían terminado de comer y él había dicho que tenía que irse. Claudia miró por la ventana. Empezaba a llover. Habían comido con Ana, su compañera de piso, la cual había frustrado sus planes de pasar la tarde a solas con Fernando allí en el piso. Pensaba que estaría en clase, pero no era así. Tampoco le había importado que hubiese comido con ellos, ya que estaba allí, de todas formas no iban a tener la intimidad que habría querido. Aunque su amiga se había comportado de manera muy rara durante la comida. Desde principio de curso había contado con ella para contárselo todo, o casi todo, pues lo único que no le contaba eran sus andanzas por la red. Ana había sabido ganarse su confianza. Pero aquel día había hecho más preguntas de la cuenta. Parecía muy interesada en lo que aquel día había ocurrido, en por qué habían llamado a Fernando, y qué es lo que le habían contado, cuál era el motivo de su expulsión. Quizás le había gustado el chico y quería ganárselo de algún modo. No, parecía que estaba más interesada en el caso en sí que en Fernando. ¿Por qué le llamaba tanto la atención todo aquello? ¿Qué quería sacar con aquellas preguntas, con aquel interés?
Ana fregaba los platos en la cocina. Ahora llovía muy fuerte en la calle. Se escuchaban las gotas golpeteando las ventanas del piso. Claudia se dirigió a la cocina.
- ¿Te ayudo, Ana?
- No, no te preocupes.
Veía sólo su pelo rizado, moviéndose de un lado a otro, recogiendo todo lo que habían ensuciado en el almuerzo.
- ¿A qué venían tantas preguntas? - siempre eran así de directas la una con la otra.
- Sólo me interesaba, y como lo habías traído para animarlo, me pareció bien enterarme de todo para poder animarlo yo también.
- Bueno, quiero que sepas que nos hemos besado. Este es el chico del que tantas veces te he hablado. - primero quería dejar claro que no podía intentar nada con él. Por si acaso.
- ¡¿Es el famoso chico del autobús?! Ya decía yo que me sonaba de algo, pero que no me parecía haberlo visto antes.
- Sí. Parece ser que yo también le gusto.
- ¡Qué bien! ¡Me alegro mucho por ti! De verdad.
Se notaba que Ana se alegraba de verdad, así que no había sido esa su intención.
- Ya sabes que Fernando no ha sido el culpable, ¿no? Al menos él dice que no sabe nada del tema, y yo lo creo. ¿Tú no sabrás nada del tema, no? - no sabía de qué otra manera podía abordar el tema para sacar el motivo que la había llevado a aquel interrogatorio.
- No, no, no. Yo no sé nada. Pero la verdad es que me he quedado sorprendida. ¿Quién habrá podido ser?- ¿decía la verdad?
- No lo sé, pero me gustaría saberlo, para hacérselas pagar. - estaba atenta a cada uno de los movimientos de su cara, para ver si reaccionaba con sus palabras.
- Sí, a mi también me ha caído bien el chico, y también me gustaría saber quién ha sido.
Antes de darse la vuelta para seguir recogiendo los platos, Claudia notó una extraña mirada en su amiga. Parecía como una mirada recelosa. Por primera vez cuestionaba la confianza que tenía en ella. ¿Qué tenía Ana en mente? ¿Qué le pasaba ahora a la que había sido su amiga durante todo aquel curso? Dudaba de ella, eso estaba claro. Debería tener cuidado ella también. Con aquella mirada se lo había dicho todo. Desde aquel momento, no se fiaría de nadie.

Ya se acercaba la hora a la que Ana había quedado con aquel tal Zack. No sabía cómo lo reconocería, ni lo que haría cuando se encontrara con él. Sólo quería obtener información que lo delatara. Necesitaba datos que metieran a aquel hombre en la cárcel de una vez por todas. Se vistió, se puso un chaquetón más gordo, para resguardarse del frío. Se dirigió por el pasillo para llegar a la puerta de entrada. Pero Claudia se interpuso en su camino.
- ¿Dónde vas?
- He quedado.
- ¿Con quién?
- Ahora eres tú la del interrogatorio, ¿no? He quedado con un chico.
- No me has hablado de él, cuando siempre nos lo contamos todo.
- Ya, bueno, lo conocí esta mañana por el chat y hemos quedado para conocernos en persona.
- No deberías fiarte de la gente que ronda por internet. Está lleno de locos, salidos, y psicópatas.
- Ya, ya, pero este parece que es distinto. Y no te preocupes, que tendré cuidado.
- ¿Quieres que te acompañe? Sólo para verlo de lejos, y si veo que la cosa va bien, os dejo tranquilos.
- No, no. De verdad, no te preocupes.
- Bueno, ve sola, pero ten cuidado.
- Sí, no te preocupes. Nos vemos después. Hasta luego.
Siguió caminando y salió del piso. Una vez en la calle, vio que había dejado de llover, y no hacía mucho, pues la calle brillaba a la luz de las farolas que ya estaban encendidas desde hacía rato debido a la caída de la noche. Se subió la cremallera hasta arriba y empezó a andar. Las calles estaban desiertas, pero siguió andando. No había tenido la precaución de llevar la pistola consigo, con la que se hubiese sentido más segura. No era momento de echarse para atrás. Ya estaba llegando al parque donde habían quedado. De repente, unos pasos a su espalda. Miró hacia atrás, pero no había nadie. No había sido buena idea el dejarse la pistola atrás, ni tampoco el ir sola. Quizás no hubiera sido tan mala idea el ser acompañada por Claudia, de todas formas no tenía por qué enterarse de nada, y si las cosas se ponían feas, llamaría a la policía. Pero iba sola y desarmada. Sentía cómo alguien la seguía. Empezó a andar todo lo rápido que sus pies le permitían. Siempre solía ser atrevida, valiente, pero en ese momento se sentía asustada. Llegó al parque. Allí no había nadie. Miró a su alrededor, pero nada. Al menos aquel parque no tenía una espesa vegetación por la que no pudiera verse, ningún tipo de arbustos en los que poder ocultarse. Sólo había césped y unos cuantos árboles de distintas clases repartidos aquí y allá.

Sonaba un móvil. Lo tenía muy cerca, preparado para cuando llamaran. Lo cogió, y pulsó la tecla para descolgar.
- Dime. - dijo con tono familiar.
- Tengo una chica que te puede interesar.
- ¿Sí? Dime hora y sitio.
- Está ahora mismo esperando donde te dije.
- Voy para allá.
No esperaban ninguna despedida. Simplemente colgó, y metió el móvil en su bolsillo. Se puso la chaqueta y se dispuso a salir. Una sonrisa lasciva cruzó su cara a la vez que cerraba la puerta tras de sí.

Claudia no había hecho caso de su amiga. Iría tras ella para ver con quién había quedado. Tras coger su abrigo, salió corriendo del piso, pues Ana le llevaría ya bastante ventaja. Salió del portal y miró hacia los lados. Allí estaba ella, al final de la calle, andando en aquella fría noche. Fue tras ella, intentando no hacer mucho ruido, corriendo casi de puntillas, pero a pesar de ello, vio como Ana se giraba. Se ocultó rápidamente tras una esquina para que no la viera. Se había librado por poco. Asomó un poco los ojos y vio cómo Ana se alejaba, ahora más rápida. Salió de su escondrijo y siguió andando, siguiendo la estela de su amiga. Esta llegó a un parque y se paró, miró a los lados y no hizo nada más. Parecía esperar a alguien. La calle estaba desierta. Tan sólo el olor como a humedad que deja siempre la lluvia y el resplandor del agua. De repente, el sonido de una moto lejana. Se dirigía rápida hacia allí. No había más coches, ni persona alguna por los alrededores. Sólo Ana y ella. Y su amiga ni siquiera sabía que ella estaba allí. Apareció cruzando una esquina cercana. Una moto con alguien montado encima. Un casco con el cristal ahumado no dejaba ver su cara. Llegó donde estaba su amiga. Se bajó de la moto y empezaron a hablar. No parecía que Ana conociese al chico, pues tenía cara de preocupación, y se alejaba a la vez que él se acercaba, con el casco aun puesto. Claudia se acercó todavía más, a sabiendas de que se exponía a que la pillaran, pero estaba demasiado lejos para poder actuar en caso de ser necesario. ¿Qué estarían hablando? No era ningún ligue, no era un amigo. Claudia con un sobresalto vio que aquel chico cogía a su amiga del brazo, forcejeaban. Ni era un ligue, ni era un amigo, ni nadie con quien Ana deseara estar, ahora estaba claro. Claudia comenzó a andar hacia ellos. Ahora la lucha era más cruda. Él tiraba de ella, y ella intentaba zafarse. Ahora, más cerca, podía escucharlos.
- ¡Suéltame!
- Te he dicho que tú vienes conmigo. Has intentado engañarnos, pero tú misma nos valdrás.
- ¡Suéltala! - Claudia salió en defensa de su amiga. Golpeando fuertemente al chico en el casco con una piedra que había cogido por el camino.
Con la sorpresa inesperada, Ana se vio liberada del agarre, y aunque también se encontraba aturdida mirando con desconcierto a su amiga, acertó a levantar la pierna para dar una certera patada a aquel individuo en la entrepierna. Él cayó al suelo dolorido, llevando sus manos a la bragueta, sin aliento siquiera para quejarse. Ana regaló a Claudia una mirada entre extrañada y agradecida.

Momentos después llegaba la policía. Tras hablar Ana con ellos, se dirigió a Claudia.
- ¿Estás bien?
- Yo sí, ¿y tú?
- Sí, mañana tendré un moretón en el brazo, por lo demás, bien.
- Me debes una explicación.
- Sí, mereces una explicación.

sábado, 15 de enero de 2011

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 8

Alfredo seguía sentado en su despacho. Era la hora del almuerzo, pero después de todo lo que había pasado, de lo que menos tenía ganas en ese momento era de comer algo. Lo único que rondaba su cabeza era un nombre: Claudia. No sabía cómo lo había engatusado de aquel modo, pero lo había conseguido. Estaba enamorado de ella, ahora estaba seguro. Con aquella sonrisa tan linda, aquella cara tan armoniosa, tan llena de vida, tan alegre. Y para colmo le parecía que él también le gustaba a ella, aunque no podía asegurarlo al cien por cien, pero era lo que ella, en su juego, le hacía entrever. Sabía que aquello no podía ser, pero lo único que conseguía con ese pensamiento era desearla aun más, anhelar un instante más de estar tan cerca de ella, poder acercarse y olerla, sentir su calor, un susurro en el oído, el suave y cálido aliento rozando su mejilla.
En el momento en el que Claudia y aquel tal Fernando habían salido de su despacho se había despedido también de Carlos. Al principio pareció reacio a marcharse. Dijo que no lo había hecho bien. Que aquel chico merecía un mayor castigo. Que sólo con haberlo echado de la universidad no bastaba. Alfredo le dijo que tenía mucho trabajo y le pidió amablemente que saliera. Hizo lo que le pedía, no sin antes mostrar su ofuscación con un gesto reprobador. Quizás no estuviera tan equivocado y le hubiera tenido que dar un mayor castigo. Estaban juntos. Aquel tal Fernando había conseguido a aquella chica que era su primer pensamiento de la mañana, y el último antes de dormir. Lo sabía por aquella mirada cómplice que había visto en los ojos de ambos. Lo sabía por cómo se habían rozado la mano nada más salir por la puerta de su despacho. Sin más, lo sabía. La policía había llamado a su puerta, abstrayéndolo de sus pensamientos. Les pidió perdón. Les dijo que todo había sido un malentendido. Les contó que faltaba dinero, pero no había sido robado, si no destinado a un proyecto de investigación; era sólo que al encargado de todas aquellas transacciones se le había pasado dejar constancia de aquella transferencia. Como era obvio, aquellos agentes le dijeron que tuvieran más cuidado la próxima vez, que no se podía contar con la autoridad sin estar seguro de que eran completamente necesarios. Los despidió en la puerta estrechando sus manos y volviendo a pedir perdón. Al cerrar la puerta exhaló un suspiro de alivio.
Encendió su ordenador y mientras cargaba intentó concentrarse en todo el trabajo que tenía acumulado. Empezaría por los exámenes sin corregir. O pondría al día la cronología de seguridad de la universidad, escribiendo aquel caso que ya estaba solucionado. Tenía que escribir cada una de aquellas cosas que se solucionaban en el servicio de seguridad. Normalmente se llenaba día a día con asuntos sin importancia, como gente descargando cosas por internet sin permiso, otros que vanamente intentaban conectarse a alguna cuenta que no era la suya y la dejaban bloqueada tras tres intentos de poner la contraseña sin éxito. Y alguna que otra vez escribían algo más imporante como aquello. Nada más terminar de encenderse el ordenador, pulsó en el menú “apagar”. No se sentía con fuerzas para trabajar.
Iría a su casa a descansar. Allí terminaba la jornada para él. Se tomaría la tarde libre, escucharía música, leería algo, e intentaría no pensar mucho en Claudia, aunque sabía que aquello era imposible, pero se consoló pensando en el sillón de su salón. Le encantaba pasar las horas con algún libro entre las manos, escuchando música en su equipo o con el ordenador, escribiendo todo lo que saliera de su cabeza. Normalmente todo lo que escribía últimamente tenía que ver con una chica guapísima, morena, y su amor imposible con un hombre, casualmente de su misma edad. Tenía que quitarse aquel pensamiento de la cabeza como fuera, si no se volvería loco.
Llegó hasta su coche, abrió la puerta y entró. El asiento de cuero de su deportivo rojo estaba frío. Puso la calefacción al máximo y se quitó la chaqueta. Encendió la radio y subió el volumen. Sonaba la novena sinfonía de Beethoven. Cerró los ojos y disfrutó de aquella momentánea evasión de todo lo mundano. Respiró profundamente y arrancó el coche. Le encantaba el sonido del motor de aquel coche. Mucha gente le decía que no pegaba con su forma de ser, demasiado juvenil e informal para su aspecto formal y elegante. A él le gustaba sentirse poderoso al volante de aquel deportivo, sentirse más joven, más atractivo. No había mucha gente por la calle a aquella hora. Hacía mucho frío y el cielo estaba totalmente encapotado, y aunque llevaba desde aquella mañana sin llover, ahora empezaron a caer algunas gotitas sobre la luna delantera de su coche. Los limpiaparabrisas empezaron a funcionar de manera automática.
Ya no estaba lejos de su casa. Llevaba un rato conduciendo de forma instintiva, siguiendo el camino que hacía cada día de vuelta a casa. Sin darse cuenta siquiera de los semáforos en los que paraba o los cruces por los que pasaba. En ese momento era un robot, siguiendo unas pautas prefijadas en un circuito integrado. Lo único que rondaba su cabeza era aquella chica. Y aquel chico al que se arrepentía de haber dejado escapar. Ahora llovía con fuerza, y el limpiaparabrisas apenas daba abasto limpiando el cristal. Aquel chico tenía que haber acabado en la cárcel, o, como mínimo, haber sido multado, haber sido escarmentado. No sabía si tanto por lo que había hecho con el dinero de la universidad como por estar con Claudia. Odiaba a Fernando. Y buscaría la manera de hacérselas pagar. Imaginó a Claudia en el salón de su casa, sentada a su lado, tan cerca que podía sentir el latido de su corazón, un latir tan fuerte y profundo que sólo podía indicar una cosa, que ella también lo deseaba. Un sueño que llevaba mucho tiempo girando por su mente. Se había vuelto en aquel momento en su única razón para seguir trabajando, levantarse cada mañana, vivir. El simple hecho de verla por los pasillos de la facultad, y verla saludándolo con una sonrisa, o sus largas tutorías de charla. Allí, a su lado, en el sofá, bajo la manta la abrazaría. La besaría por cada uno de los rincones de su cuerpo, a la luz de las velas, con una música relajada, lenta, de fondo. Varios olores anclados en la bruma de voluptuoso deseo revoloteando sus cuerpos. Dos cuerpos anudados en uno solo.
Por un momento dejó de pensar para ver. Salió de su ensoñación, se desvaneció el velo de pensamientos que tapaba sus ojos y lo vio. Allí estaba, cruzando la calle. Era Fernando, se tapaba la cabeza con la chaqueta y entró corriendo en la calle. No estaba cruzando correctamente, ya que no podía ver paso de peatones por allí, así que podría ser un accidente. Además, la lluvia caía torrencialmente, la visibilidad era muy limitada, su explicación sería totalmente lógica. Pero su parte racional le decía que no podía matar a una persona y salir indemne su conciencia. Pero si él seguía allí, sería imposible llegar hasta Claudia. Su pie parecía actuar involuntariamente, le pesaba, y cada vez tenía más pisado el acelerador. No quería, pero si quería ver cumplido su deseo, no le quedaba más remedio que aquel. Era una locura. ¿Se sentiría culpable por aquello toda su vida, o podría perdonarse por el fin último de aquel acto? Si Claudia acababa a su lado, sería totalmente excusable aquel comportamiento de estar transitoriamente ido, poseído de locura incontrolable. La ira irracional se reflejó en su cara, pues había tomado una decisión. Pisó aun más el acelerador y giró el volante hasta tomar la dirección correcta. El chico seguía cruzando la calle, pues la lluvia y los grandes charcos que se formaban a uno y otro lado le impedían avanzar más rápido. Ya llegaba a su objetivo. Iba a matar a un chico. No podía hacer aquello. No era un loco asesino que pudiera hacer aquello. El coche iba ya demasiado rápido para frenar, pero aun así, lo intentó, pisó el pedal de freno con todas sus fuerzas y giró el volante para desviar la trayectoria del coche. En ese momento el chico miró y sus ojos llenos de pánico demostraban que era consciente del peligro que corría, y saltó hacia un lado. Ya era tarde. Con el agua en el asfalto el coche resbalaba lateralmente, pues al girar el volante para desviar la dirección del coche, lo único que había conseguido Alfredo era hacerlo derrapar. Notó un golpe sordo en el lateral trasero del coche, por el lado del acompañante, y por el retrovisor no lograba ver nada, por aquella lluvia tan densa que parecía niebla. Pero tampoco veía a nadie levantarse. Tenía las manos frías como el hielo pegadas al volante. Temblaba de miedo.

viernes, 14 de enero de 2011

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7

Eran más de las tres de la tarde cuando Ana llevaba su café recién hecho entre sus manos para calentarlas. Lo puso sobre su escritorio, al lado del monitor de su ordenador. Tenía el pelo revuelto y el pijama aun puesto. No había salido en toda la mañana, por lo que no le había hecho falta arreglarse. Llevaba desde temprano trabajando frente a la pantalla, sin ningún resultado. Aquel día su compañera de piso no se había conectado desde su portátil; no había señal alguna de ello. Abrió la página de redding, una red social de internet, donde cada persona ponía sus datos, fueran reales o ficticios, su foto, de idénticas características y podían tener contacto con todos los demás usuarios registrados, ya fuera a través de mensajes privados o chat. Abrió la sesión con el nombre de la usuaria que había inventado, Sara García. Tenía doce años y estaba estudiando en el instituto. En su perfil aparecía una foto de una chica joven, con el pelo rubio y liso, muy mona. Utilizaba aquellos datos para poder pillar a posibles pederastas, aunque aquel no fuera realmente su caso. No era por lo que realmente estaba allí, pero odiaba a aquellas personas que buscaban tener relaciones con chicas y chicos menores de edad. Aquello le parecía asqueroso. Ya había conseguido coger a unos cuantos individuos pertenecientes, al parecer, a una organización que se dedicaba a ello. Había seguido su investigación hasta aquel hombre al que seguía ahora, muy probablemente el cabecilla de aquella red de pederastia. Zack no estaba conectado ahora. En su perfil ponía que tenía quince años y aparecía la foto de un chico bastante guapo. El rastro que había seguido, gracias a sus compinches, no le dejaba lugar a dudas, aquel chico no se llamaba Zack, y mucho menos tenía quince años.
Cogió su taza. A veces aquel trabajo era harto aburrido. Le dio un sorbo al café. Un sonido salió de los altavoces de su ordenador, como un “boing” gracioso. Sabía lo que era, Zack le había escrito. Miró a la pantalla y, efectivamente, estaba conectado y le hablaba.
- Cuánto tiempo sin saber de ti, Sarita.
“Lo mismo digo” pensó Ana. Hacía días que no se conectaba. Era la única forma que tenía ahora mismo de saber algo de él, ya que siempre se conectaba de sitios distintos, por lo que nunca había podido dar con él.
- Es que he estado ocupada.
- Bueno, siempre es agradable volver a verte por aquí. Aunque ya sabes lo que me gustaría verte en persona.
Cada vez que hablaban le recordaba las ganas que tenía de verla en persona.
- Sí, sí. A mi también me gusta mucho hablar contigo. Y yo también creo que podríamos quedar ya, para conocernos, ¿no?
No quería parecer desesperada, no quería que se diera cuenta de nada, que le pareciera que realmente estaba quedando con Sara, y poder así cogerlo desprevenido. Pero algún día tenía que ser el que fuera a por él. Y qué mejor día que aquel, que no sabía nada de Claudia, y parecía que tampoco iba a dar señales de vida. Al menos nada de lo que a ella le interesaba.
- Podríamos quedar esta noche, si te parece bien.
La cosa iba demasiado rápido. Aquel día no se había levantado con la intención de acabar con aquella red de pederastia. Las cosas había que hacerlas bien. Pero cuanto antes acabara con aquella organización, antes acabaría con aquel peligro para la sociedad.
- Ummm...Esta noche. Vale. No tengo nada que hacer hoy.
- ¡Perfecto! Podemos vernos en el parque que hay cerca de tu casa.
Le había engañado también sobre donde vivía. Así que sabía a qué parque se refería. Era el lugar perfecto para él. Allí no había casi nadie de noche, salvo alguna persona que estuviera paseando al perro, el cual no querría meterse en líos y, si veía algo raro, miraría hacia otro lado.
- ¡De acuerdo! Allí nos vemos a eso de las...¿nueve?
Escuchó la puerta de la entrada. Claudia acababa de llegar. Y al parecer, tenía compañía. Escuchaba la voz de un chico.
- Oye tengo que dejarte, mi madre me llama.
- Vale guapísima. Esta noche nos veremos por fin. Qué ganas tengo de conocerte y darte todos los besos que hasta ahora te he tenido que dar por chat.
Qué mono se ponía el chico.
- Hasta luego.
Abrió la puerta y se dirigió al salón. Allí, sentado en el sofá, había un chico que se incorporó nada más verla, se notaba que no la esperaba.
- Ho..Hola. Claudia no me había dicho que habría alguien en el piso. Acaba de entrar en la cocina.
Aquel chico era muy guapo, sus ojos marrones la miraban muy abiertos por la sorpresa.
- No te preocupes, yo soy Ana, su compañera de piso. Y la verdad es que ahora tendría que estar en clase, pero no he ido, tenía muchas cosas que hacer. - le respondió con una sonrisa.
Pareció relajarse un poco y volvió a recostarse.
- Yo soy Fernando. Amigo de Claudia. Me ha invitado aquí a comer para intentar animarme un poco. Hoy ha sido un día muy duro.
- ¿Sí? ¿Qué ha pasado? - no quería ser indiscreta, pero tenía que saber si aquello era relevante para su investigación.
- Me han echado de la universidad...¡Y por algo que no he hecho! Me han acusado de entrar en el sistema informático de la universidad y robar no sé qué dinero.
Aquello sí que le interesaba. Seguro que Claudia estaba detrás de aquello. Pero, ¿cómo lo había conseguido? Ana trabajaba para un servicio secreto de la policía, dedicado a los delitos informáticos. Desde el inicio del curso académico le habían mandado investigar el caso de Claudia, para ver si era capaz de pillarla al fin. Llevaban ya tiempo detrás de aquella genio de la informática. Estaban seguros de que estaba detrás de más de uno de los delitos sin resolver que andaban por comisaría, pero no podían demostrar su culpabilidad. Por eso a Ana la habían matriculado en la universidad y le habían conseguido aquel piso, en el que entraría a vivir con Claudia. Así podría vigilarla de cerca. Se levantaba a la misma hora que ella, pasaba la mayor parte del día controlando las conexiones que realizaba Claudia desde su portátil y se acostaba cuando ella lo hacía, para no perderse el más mínimo de sus movimientos. Pero aun no había habido nada extraño. Hasta aquello. Pero tenía que haber sido desde otro ordenador. No desde el suyo propio.
En ese momento apareció Claudia, que también puso cara de sorpresa al verla allí.
- Hola Ana, pensaba que estarías en clase.
- Bueno, es que hoy me encuentro un poco mal, y me he quedado aquí. De todas formas tengo trabajos que hacer, y apuntes que poner al día.
- Bueno, iba a hacer de comer para nosotros dos. ¿Hago para ti también?
- No, no, yo comeré después, no te preocupes.
- ¡Pero si son casi las cuatro de la tarde! No sé para qué te pregunto. Haré de comer para los tres.
Su negación le había salido un poco débil. Y a esta última réplica no puso impedimento. Realmente se alegraba de poder comer con ellos. Claudia sabía cocinar muy bien. Y además, así podría descubrir algo más.

miércoles, 12 de enero de 2011

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 6

Claudia no sabía si reír, o llorar. Tenía el corazón dividido. Se sentía engañada por sí misma. Por primera vez le había pasado desde hacía mucho tiempo, y, al menos ahora mismo, no podía perdonárselo. Siempre había sabido llevar aquellas situaciones a la perfección, pero aquella vez, había fallado. Era la primera vez que se enamoraba de su víctima. Ahora, tendría que ser fuerte, elegir. O quizás mentir. Bueno, realmente no sería mentir, sino ocultarle la verdad a él. Pero se estaría mintiendo a sí misma. Así que debería dejarlo, olvidarlo. Con este pensamiento se le partió el corazón, se le calló el alma al suelo. Por una vez, había unido, y demasiado, el amor y el trabajo. En aquel mismo momento se odiaba por ello. En su cabeza daban vueltas demasiadas cosas. Vio su cara, con aquella sonrisa dirigida hacia ella. Volvió a notar aquellos labios húmedos contra los suyos, aquel cálido cuerpo contra el suyo, que lo abrazaba. Tendría que olvidarlo.
Cuando allí, frente al banco en el que hacía un rato habían estado besándose acaloradamente, lo vio hablando por el móvil, supo perfectamente de qué se trataba. Lo sabía por la facciones de su cara, por su gesto. La preocupación se veía en su rostro. De repente sintió unas ganas enormes de cogerlo entre sus brazos y decirle que no pasaría nada. Fue hacia su encuentro. No podía dejar que fuera solo, iría con él, y se descubriría. El castigo para ella sería menor, ya que había conseguido seducir al encargado de la seguridad de toda la universidad, aquel tal Alfredo, por el que no sentía ni la más mínima lástima, si no más bien al contrario.
Habían llegado al despacho del profesor, y le había sonreído para allanar el camino. Tras esto, había conseguido quedarse allí, con lo que sabía que Alfredo estaría más entretenido en ella que en el asunto que tenía entre manos. Sabía que era para él como una lámpara para los mosquitos. Atraería su atención, tendría su mente ocupada con sus miradas y su sonrisa picarona.
Finalmente, cuando viera que iba a informar a Fernando de su castigo, hablaría ella. Contaría todo lo que había hecho. Contaría cómo aquel día en la biblioteca había visto a Fernando conectarse desde uno de los ordenadores, y, tras estar un rato consultando su bandeja de correo, y viendo alguna que otra página web de noticias, se había levantado. Ella se había sentado en el mismo asiento y con sus conocimientos de informática había conseguido entrar en la cuenta de él. Como no quería que supieran quién había sido, había ocultado la dirección física del ordenador, y en caso de que consiguieran descifrarla, la culpa se la echarían a él. Había elegido a su víctima desde el principio de curso, lo único que ella no esperaba es que acabaría enamorándose. No tenía que haber elegido a aquel chico. Pero tampoco sabía lo que el destino le depararía, por lo que ahora debería obrar en consecuencia de sus actos.
Cuando se encontraban allí en el despacho, no esperaba que la seducción a Alfredo hubiera ido tan bien, pues el castigo que finalmente dio por el robo no era tan grande como esperaba. Sólo lo echarían de la universidad. No era demasiado. Podría hacer frente a aquello. Sólo lo echarían de la universidad.
Lo único que tenía que pensar ahora es qué hacer con él. ¿Podría seguir con él sin contarle nada? ¿Acabaría contándoselo todo? ¿Conseguiría él perdonarla? No sabía qué hacer. Allí esperando, en la puerta del despacho, se debatía entre irse o quedarse, olvidarlo o seguir con él, contárselo o no. Normalmente hubiera salido corriendo, desapareciendo de la vida del chico, pero ese chico no era cualquiera, ese chico era especial.
Finalmente se decidió. No sería ese el día en que dejase escapar al hombre de sus sueños. Ya se había librado del castigo. Imaginó sus ojos mirándola, su cara acercarse, y unir aquellos labios con los suyos. Recordó aquel momento en el banco. Todo aquel año verlo subir al autobús, encontrárselo por los pasillos, y, por muy malo que fuera el día, olvidarlo todo y salirle una sonrisa tonta. Llevaba todo el año soñando con aquel chico, tanto dormida como despierta. Pensaba en él en su cama, antes de dormir, y al levantarse. Ya no le importaba que el despertador la despertase por la mañana, por mucho sueño que tuviera, pues pensaba que ese día podría verlo. Eso era el amor, una sensación tan cálida en aquel día lluvioso, esas manos sosteniendo las suyas, qué sensación de seguridad la embargaba mientras lo veía, allí sentado, tan cerca.
No podía irse y no volverlo a ver. No podría olvidarlo.
Esperaría allí a que saliera y lo consolaría. Lo abrazaría y quizá lo llevase a su piso. Le prepararía algo de comer, caliente. En ese año allí no había tenido más remedio que aprender a cocinar, ya que no tenía quién se lo hiciera, y comer todos los días en el comedor de la facultad salía muy caro. Así que cocinaría algo para él, lo abrazaría, lo besaría y le diría que no se preocupara.
Ya encontraría el momento de contárselo. No podría ocultárselo por siempre, pero encontraría el momento oportuno. Aquel momento en el que ya no pudiese echarse atrás y no tuviera más remedio que perdonarla, por amor. Volvió a imaginarse con él en la cama, haciendo el amor. Y al terminar, un beso y un “te quiero” de su boca, una sonrisa al tumbarse boca arriba y mirarla mientras la agarraba con sus brazos y la atraía cerca, muy cerca suya, compartiendo las mismas sábanas. Se quedarían dormidos juntos. Cerraría los ojos, y escuchando su respiración y, con la cabeza apoyada en su pecho, notando los latidos de su corazón, se dejaría llevar, sintiendo el cálido tacto de su piel...

lunes, 10 de enero de 2011

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5

Alfredo estaba nervioso por primera vez en mucho tiempo, habían conseguido lo que llevaban mucho buscando. No quería que la universidad se viese afectada por aquel tema, ni que saliera de aquella sala. Había llamado a la policía, pero ni siquiera a ellos les había contado nada. Así que dos agentes se dirigían en esos momentos hacia la facultad. Allí, cuando estuviesen todos, contaría lo sucedido, y seguramente se lo llevarían. No sabía el castigo que le caería por parte de la autoridad, pero sí por su parte. Lo echarían de la universidad y recobrarían el dinero que se había llevado con la beca, aunque esta sí hubiese sido aceptada. Se preguntó por qué habría hecho aquello, si su beca ya había sido aceptada. ¿Se trataría de un Robin Hood moderno, que quería que todo aquel que lo necesitara pudiese tener acceso al dinero de las becas? ¿O lo habría hecho simplemente para darle algún tipo de lección a la universidad? ¿O se habría enterado de alguna manera que él era el encargado de la seguridad informática y la lección sería para él? Sabía que era un profesor duro, pero pensaba que esa era la forma en la que había que enseñar. Así los alumnos trabajaban más, que para algo estaban allí. Debían salir de allí con una férrea formación, preparados para lo que viniera. No sabía el motivo, pero lo que seguro que aquel tal Fernando no esperaba es que tuvieran a un chico tan bueno trabajando para ellos, que al final lo descubriría.
Con lo que había dicho por teléfono esperaba que el chico no saliera huyendo. Le había hablado como profesor a alumno. Como si se tratara de algún asunto relacionado con su asignatura. Esperaba no haber dejado entrever sus verdaderas intenciones, y no hacerlo así más difícil para todos.
Por fin, llamaron a la puerta.
- Pase.
Abrió la puerta y lo vio. Sí, lo conocía. Había estado en su clase el año anterior. No era muy buen estudiante, pero al menos no hacía ruido en su clase, y el examen lo había hecho más o menos bien, sin llegar a destacar. Pero lo había aprobado. Ahora se arrepentía de ello. ¿Cómo un chico como aquel, que no destacaba en clase, podía haberse reído de ellos? No entraba en sus planes, ni era así como él actuaba, pero en ese momento tenía ganas de vengarse, después de todo lo que les había hecho pasar. Pero, lo que no podía esperar es que, tras él, entrara ella. Entró y le regaló una de sus preciosas sonrisas. Cerró la puerta tras ella. Al momento todo el enfado que sentía en un principio se esfumó. Todo el peso que sentía en los hombros momentos antes, todo aquello que lo oprimía, ya no estaba. Se había ido como el humo que lleva el viento, que poco a poco se disuelve y vuelve invisible.

Carlos no podía creer que Alfredo no pusiera impedimentos para que la chica estuviese allí.
- Esta chica debería salir fuera, ¿no, Alfredo?
- Fernando es amigo mio, por favor, Alfredo, ¿puedo quedarme?
Al parecer, la chica había sabido ganarse al profesor, pues este la miraba embelesado.
- Sí, sí, puedes quedarte, Claudia.
A él le había costado meses trabajando juntos para que se aprendiera su nombre. Un hombre que no se aprendía el nombre de ninguno de sus alumnos, y allí estaba él, hablando a la chica de tú a tú. Bueno, de todas formas, su enemigo se llevaría su merecido, tenía que pagar por lo que había hecho, estuviera ella allí, o no.
- Quería hablarte sobre algo que tú ya sabes. Becas concedidas, dinero repartido sin ninguna orden para ello. Eso por no hablar de la entrada sin ningún tipo de consentimiento al sistema informático de la universidad, y por las posibles consecuencias de todo esto. Menos mal que el tema no ha salido a la luz.
- ¿Cómo? ¿A qué viene todo esto? - además de buen informático, el chico parecía buen actor. Parecía incluso sorprendido con todo lo que Alfredo le decía.
- Lo sabes muy bien. Sabes lo que hiciste, y muy bien hecho, por cierto. No sé cómo un alumno como tú pudo hacer algo como aquello. Nos has tenido en vilo durante mucho tiempo.
Realmente parecía que aquel chico no se estaba enterando de nada. Con la boca abierta en un gesto que denotaba su aparente sorpresa. Empezó a mover repetidamente una pierna, arriba y abajo, como accionando el mecanismo de una antigua máquina de coser. Estaba nervioso. Se notaba que nunca antes lo habían pillado. ¿Tan bueno era?
- Bueno, pero de todas formas, hoy me pillas de muy buen humor.
¿A qué esperaba el profesor? Lo único que querían ambos y habían querido durante mucho tiempo era pillarlo y hacérselas pagar.
- Lo único que va a pasarte, por ser hoy, es que anularé tu matrícula en la universidad. Ya no formas parte del alumnado. Y deberás devolver la beca que te concedimos a principios de curso. - el chico mostraba hasta lágrimas en los ojos. - Pensaba denunciarte. De hecho, una patrulla policial se dirige hacia aquí, y llegarán de un momento a otro.
¿Qué es lo que estaba pasando? Carlos no podía creer lo que oían sus oídos. ¿Alfredo estaba perdonando a aquel al que hacía tanto que querían pillar? El chico se tambaleó en la silla. Parecía que estaba tan incrédulo como él. Y de pronto, lo entendió todo. Alfredo miró de soslayo a la chica, pero no con cualquier mirada. Aquella chica le gustaba mucho. Lo había ablandado.
- Por favor, Claudia, tu amigo ya te lo contará todo. ¿Puedes salir mientras hablamos sobre todo lo ocurrido? - tenía cara de satisfacción. Al parecer, pensaba que con aquella buena obra ganaría puntos con la chica. - Además, la policía debe estar al llegar y quiero excusarme por haberlos llamado para nada.
- Bueno...Esperaré fuera. - al parecer, la chica no estaba tan sorprendida. Bueno, al menos estaría fuera. Quería oír lo que Alfredo tenía que decirle al chico a solas.
La chica cogió el bolso que había dejado sobre una silla, abrió la puerta, y salió, cerrando tras de sí, mientras todos la miraban expectantes. Allí, en aquella sala, habían dos hombres a los que había conseguido seducir con sus encantos. El único que miraba como asqueado era él. No le parecía que merecieran la pena ni temas de amores ni sexuales. Eran una pérdida de tiempo. Había otras cosas en la vida que tenían preferencia y que precisaban su atención, para perder la cabeza por ninguna mujer.

Fernando no sabía dónde se iba a meter. No sabía qué era lo que estaba pasando allí. ¿Se habrían confundido de persona? Al parecer, estaban muy seguros de que él había hecho aquello de lo que lo acusaban. Hablaban de becas concedidas. Sí, a él se la habían concedido, pero había sido de manera totalmente legal. También hablaban de un dinero que faltaba en la universidad, cuando él lo único que había hecho era pagar su matrícula. Y, por último, algo sobre seguridad informática. Él había entrado en la carrera para aprender sobre informática, pero aun no había tenido ninguna asignatura sobre ese tema. La verdad es que no tenía ni idea de redes, seguridad, entrar o salir de ordenadores y demás cosas que hacían los entendidos en la materia.
- Yo no he hecho nada de eso de lo que me estáis acusando.
- No nos hagas las cosas más difíciles. Sabemos que has sido tú, así que no me hagas pensarme las cosas dos veces de aquí a que venga la policía.
Al parecer, todo lo que dijera sólo iba a agravar las cosas. Tendría que acallar y acatar la acusación, y el castigo por algo que no había hecho. ¿Lo habrían confundido con alguien? ¿Ahora qué iba a hacer? ¿Lo dejarían volver a matricularse el año próximo? Había tantas cosas que le rondaban la cabeza que no podía ni oír lo que allí se seguía diciendo. Parecía que ambos estaban explicando cómo supuestamente lo había hecho todo, pero las palabras volaban en el aire. Tenía la cabeza embotada. Sentía que le faltaba el aire.
Aquel año había ido de mal en peor. El primer cuatrimestre le había salido muy mal, las había suspendido todas. Lo habían echado del trabajo de camarero de fin de semana que había conseguido para poder pagarse los libros. Y su novia lo había dejado a principios de año. Pero otro pensamiento pasó por su mente y lo hizo olvidar todo: Claudia....
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