CAPÍTULO 1
Iba sentada en el autobús, como cada mañana, de lunes a viernes, en dirección a la facultad, para asistir a clase. Hacía casi un año que había empezado la carrera, aunque aun se sentía un poco desubicada, como una niña entre tanta gente que parecía tan mayor. Con su pelo moreno recogido en una cola alta con un coletero azul marino. Sus gafas de pasta negras, las cuales había comprado tan solo un año antes, tras ir a la óptica y haberle diagnosticado una leve hipermetropía. Entonces el óptico le había recomendado usarlas, aunque sólo para leer, ver la tele, y cosas que requiriesen mucha atención. Pero ella se las ponía siempre, le daban una apariencia más atractiva, pensaba ella. Iba maquillada pero muy poco, no le gustaba llevar demasiada pintura en la cara, aunque, con su aspecto juvenil, tampoco le hacía mucha falta. Sus ojos color miel, con unas espesas pero bien moldeadas cejas enmarcándolos; sus labios pequeños pero seductores, su naricilla redondita y unas pocas pecas repartidas por esta y sus pómulos le daban un toque aun más jovial. No era ni alta, ni baja; aunque a ella le hubiese gustado ser mucho más alta, más esbelta, como esas modelos que salen en la tele y son la envidia de muchas mujeres, aunque de prototipo más bien demasiado delgadas; a ella le parecía tener más o menos buen tipo, incluso quería ganar algo de peso, por rellenar algo las piernas y su pecho, el cual también le gustaría tener algo más grande, pero no mucho más, al menos para tener un escote más bonito. Como aquel día había amanecido tan nublado y anunciando lluvia, se había puesto sus botas altas marrón chocolate, unos leotardos azul marino y una camisa larga del mismo color, cubierta por una chaqueta de paño cerrada con grandes botones. Además, para llevar sus apuntes, llevaba un bolso grande, en ese momento sobre las piernas y sujeto con ambas manos por las asas, a juego con las botas, que era el que más llevaba a clase, pues era el que más le gustaba. Siempre solía ir bien conjuntada, sencilla e informal, pero arreglada.
El autobús volvió a hacer una parada, y empezó a subir y bajar gente. Ella estaba sentada de cara a la puerta principal, así que veía toda clase de gente entrando en el autobús. Había empezado a llover, por lo que algunas personas entraban con chubasquero, otras cerrando el paraguas, y de repente, lo vio. Se había fijado en él desde el principio del curso. Pero ese día lo veía especialmente guapo. Llevaba una chaqueta negra, con la cremallera cerrada hasta arriba. No llevaba paraguas, por lo que tenía el pelo mojado. Una bocanada de vaho salió por su boca, por aquellos labios, que fueron lo primero que la atrajo, tan sensuales, tan voluptuosos, aunque en aquel momento algo blanquecinos por el frío, no obstante, siempre seductores. Aquellos ojos, ora marrones, ora color miel, a la vez que la luz se reflejaba en ellos, aquella nariz ancha, que le daba un aspecto más varonil, y su pelo castaño, ahora mojado, pegado a la frente. Era alto y de aspecto atlético, se notaba que hacía deporte, pero sin llegar a estar excesivamente cachas, como a ella le gustaban, con los músculos marcados pero no demasiado grandes. Pagó su billete de autobús, y, para su asombro, fue directamente al asiento que tenía a su lado, y allí se sentó, diciendo:
- Qué asco de día hace hoy, ¿verdad?
No sabía si se había dirigido a ella, o lo había dicho al aire, sin esperar respuesta. A ella simplemente le salió un “sí” sibilante, demasiado bajito siquiera para ser audible. Agarró el bolso y se estrechó contra la ventana, sin saber si lo hacía para dejarle sitio, o por vergüenza, cochina vergüenza, pensaba ella, pues nunca la dejaba aprovechar las oportunidades que la vida le brindaba en tema de amores.
En aquel momento, sentada a su lado, se puso a recordar el primer día que llegó a la ciudad, aquella ciudad que había sido su casa durante los últimos seis meses. Se vio en el tren, donde había pasado casi dos horas. Con sus auriculares y el iPod en la mano, escuchando música, viendo un paisaje desconocido para ella. Después se vio arrastrando su maleta, subir a un taxi, y después de unos quince minutos de trayecto, llegar al portal de lo que sería su nueva casa. Subió el ascensor y llegó al rellano de su piso. Se paró ante la puerta unos instantes. Era la primera vez que salía de casa. Ya se había alejado alguna que otra vez, en algún viaje con los amigos, con el colegio, alguna excursión, pero nunca con la expectativa de pasar tanto tiempo fuera, sola. Abrió la puerta y un agradable olor llegó hasta su nariz. Provenía del interior del piso, olía como a flores, y de repente, una chica con el pelo rizado llegó:
- ¡Bienvenida a tu nuevo hogar! Tú debes de ser Claudia, ¿no? - le dijo Ana, la que en la
actualidad se había convertido en su mejor amiga, su confidente y consejera, la que estaba allí cuando la necesitaba, tanto para lo bueno, como para lo malo.
- Déjame que te ayude con tu maleta. - le había dicho, y sin esperar respuesta, la cogió y la llevó por el pasillo hasta una puerta.
- Mira este cuarto, a ver si te gusta. Yo he elegido el otro porque tiene vistas al parque, pero si no, podemos echarlo a suertes. - dijo con una sonrisa dibujada en la cara; como siempre, le ponía las cosas fáciles.
Entró por la puerta de aquella habitación, y le encantó. Un escritorio, con una lamparita de mesa, la cual la acompañaría durante sus tediosas tardes de estudio y arduo trabajo, una cama con un edredón un poco antiguo, pero que después cambiaría, y un armario, eran el único mobiliario de la estancia, pero a ella le pareció maravillosa. Una gran pared sobre la cama, que luego llenaría con sus pósters y fotos de amigos y familiares, y una ventana que daba a la calle, muy luminosa, cuyas cortinas también cambiaría por unas más coloridas y vistosas.
- Me encanta. - fueron sus únicas primeras palabras, cogió su maleta, y entró. Desde aquel momento, aunque algo asustada por el cambio, tenía la sensación de que las cosas le irían bien en aquel sitio.
Aquel chico seguía allí, sentado junto a ella, con la pierna muy pegada a la suya. La había ido acercando despacio, tan despacio que ella ni se había dado cuenta hasta ahora que sentía su roce, y a pesar de los vaqueros de él, y los leotardos de ella, el calor de su pierna contra la suya. Entonces lo miró de reojo, y al ver su boca se ruborizó imaginándose besando esos labios. Él no parecía inmutarse, pero el deseo la invadió; quería conocerlo, hablar con él, saber al menos cómo se llamaba, y, de repente, volvió a verse besándolo, él cogiéndola entre sus fuertes brazos, enredando los dedos en su pelo en un beso apasionado, tan cerca de él que podía sentir todo su cuerpo contra el suyo, cada detalle más íntimo. Se vio abrazándolo fuerte, atrayéndolo aun más a ella, y soltó un pequeño gemido de placer...Deseó no haberlo soñado más alto de la cuenta, miró a su lado, pero nadie la miraba. Exhaló un suspiro de alivio y, volviendo la cabeza, siguió mirando la calle, donde llovía ahora más fuerte. La gente corría de un lado a otro, sin percatarse siquiera de lo que por su cabeza pasaba. A su lado, él leía. Qué cara más linda y qué culto parecía tal como estaba, tan concentrado en la lectura. En aquel momento quiso tener el valor para preguntarle de qué libro se trataba, preguntarle qué estudiaba o simplemente si era de la ciudad. Quiso decirle tantas cosas, pero le faltaba valor. Otra mañana, como tantas otras, lo tenía tan cerca, y no era capaz de decirle nada. De repente, fue él quien habló:
- ¿Te gusta leer? - Sus labios se movían, bailando con las palabras que salían de su boca. Por primera vez, lo miró a los ojos y se atrevió a hablarle:
- Sí, mucho. - dijo, pero volvió a bajar la mirada.
Él no pareció darse por vencido, y volvió a hablarle:
- ¿Qué clase de libros te gustan?
Sin mucho ánimo, ella respondió:
- Cualquiera que sea bueno. - y por primera vez, se aventuró a soltarle una sonrisita.
- Qué mala pata, esta es mi parada. - dijo él, y a ella se le vino el mundo encima.
Para una vez que hablaban, después de tanto tiempo viéndolo, deseándolo, se tenía que ir.
- Bueno, pero mañana nos veremos otra vez. - dijo él, y con una sonrisa se despidió, saltó de su asiento y salió del autobús.
Ella notó cómo tenía la cara acalorada a pesar del frío. Seguro que estaba colorada, pero no le importaba. Habían hablado, y parecía que alguna vez se había fijado en ella, pues le había dicho que se volverían a ver al día siguiente. ¿Quién iba a pensar esa mañana, cuando sonó su despertador, o al levantarse de la cama, o mientras, como cada día, preparaba su desayuno escuchando la radio, que ese día iba a empezar tan, pero que tan bien?
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